La serie de los Lakers todavía está en producción el día que nos encontramos. Mientras comenzamos nuestra caminata, Brody –con botas de montaña, una gorra de los Yankees y gafas de aviador oscuras– explica que algo un poco extraño está sucediendo con el papel de Riley.3 Brody no sabía mucho sobre el entrenador antes de prepararse para el personaje, pero rápidamente se enteró de que la historia de Riley era más compleja de lo que pensaba. Antes de que Riley se convirtiera en un entrenador reconocido en el Salón de la Fama, había sido una estrella de baloncesto universitaria y luego jugador suplente en un equipo de los Lakers que ganó el título. Después de una carrera profesional de nueve años, Riley se retiró a los 30 y, como dice Brody, "se encontró en Los Ángeles tratando de averiguar cuál era su lugar dentro del mundo del deporte y sin ser capaz de aceptar la jubilación anticipada". Riley terminó a cargo del que se convertiría en el equipo insignia de la década de los 80, pero sólo después de que el entonces entrenador de los Lakers sufriera un terrible accidente de bicicleta y de que el entrenador asistente que lo reemplazó fuera despedido. "La desgracia de un hombre creó una oportunidad para otro", explica Brody. McKay, el director, y Max Borenstein, el escritor de la serie, necesitaban un actor que pudiera reflejar la dualidad de espíritu del entrenador. Brody parecía perfecto, "porque es una mezcla única de elegante confianza y vulnerabilidad", me dice McKay en un correo electrónico. "Y ésa es una descripción perfecta de Riley. Aunque, obviamente, Riley no muestra la vulnerabilidad ni se siente tan cómodo con ella como Adrien. Pero puedes ver claramente que está ahí".

Ése es el Riley en el que ha estado pensando: no el icono fanfarrón y con traje Armani, sino un joven preocupado porque sus mejores años han quedado atrás, desconcertado por las circunstancias que le han llevado a ocupar su posición en la vida.

Adrien Brody: la entrevista sobre sus próximos proyectos (The French Dispatch, Succession y Blonde), ser el actor más joven en ganar un Oscar a Mejor Actor y darle a cada cosa la importancia que merece | GQ España LargeChevron Menu Close Facebook Instagra

Es gracioso, dice Brody, lo mucho que la historia de Riley se parece a la suya. Vivir con ese espejo delante durante estos últimos meses le ha hecho pensar en la extraña tormenta que se desató sobre su vida y su carrera después de ganar el Oscar, en 2003, por su trabajo en El pianista. En aquel entonces, Brody tuvo que luchar con el mismo tipo de contradicción que enfrentó Riley cuando le entregaron las riendas de los Lakers: estaba aparentemente en la cima del mundo y, sin embargo, se sentía incapaz de controlar la trayectoria de una carrera que había alcanzado el punto más alto demasiado temprano. En el caso de Brody, la avalancha de fama y trabajo que siguió a la película le proporcionó una cierta seguridad, pero la experiencia también lo dejó deprimido y con un trastorno alimentario, y reordenó permanentemente las expectativas, tanto de la industria como suyas, sobre la dirección de su carrera y el significado del éxito.

Mientras explica todo esto, deteniéndose en divagaciones sinuosas sobre la naturaleza de la suerte y los caprichos de la producción cinematográfica independiente, un excursionista con la piel bronceada y un marcado acento neoyorquino nos detiene en medio del camino. Reconoce al actor y se presenta como Jack. Nos cuenta que conocía a Gerald Gordon, un profesor de interpretación con el que Brody dio algunas clases cuando se mudó por primera vez a Los Ángeles. Jack explica que Gordon le había dejado instrucciones de enviar sus mejores deseos a Adrien Brody en caso de que un día se lo encontrara. Lo que sonaría al delirio de un loco si no fuera porque es exactamente lo que acaba de suceder. Jack parece tan confundido como nosotros. Brody ofrece su agradecimiento y termina elegantemente la conversación.

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