Por: Richard Hernández

En Bogotá todavía se pueden encontrar algunos negocios que han sobrevivido al paso del tiempo y más recientemente a la pandemia. El sector de Chapinero es ejemplo de ello. A pesar de que muchos de sus sitios emblemáticos han desaparecido, también hay otros que se niegan a sucumbir.

En la calle 64 con carrera 11 se encuentra el almacén de pelucas Bari. Nada que ver con Italia, antes, por el contrario, su nombre hace alusión a un pueblo indígena conocido como los barís o motilones que habita en las selvas del río Catatumbo, a ambos lados de la frontera entre Venezuela y Colombia.

La marca y el logo (un tunjo) lo escogió don Guillermo Restrepo, un paisa de Armenia (Quindío), que trabajaba como jefe de personal en McGregor, una famosa empresa de confección, cuyos dueños eran judíos. Allí conoció a muchas costureras. Cuando esta compañía se acabó, a Restrepo le pagaron con unas máquinas de coser.

“Mi mamá Bernarda también es paisa de Medellín (Antioquia). Aparte de las labores domésticas, hizo un curso de belleza en donde les enseñaban a tejer pelo a mano, cortar, hacer postizos, maquillar y muchas otras cosas. Esos cursos eran muy buenos, no como los de ahora. Entonces mi papá le propuso que hicieran los postizos y las pelucas a máquina”, cuenta Restrepo, quien siguió al frente de ese negocio.

Al comienzo empezaron a hacer postizos que el señor Restrepo vendía en las noches a las mujeres que trabajaban en los cafetines del centro de la ciudad. “Mi papá no se puso a buscar trabajo, sino a lo que ahora llaman emprendimiento”, dice riendo. Luego empezaron a venderle a las programadoras de televisión como Promec, que hacía series como ‘Revivamos nuestra historia’, donde los actores utilizaban muchas pelucas, bigotes, barbas y extensiones.

“Entonces tuvimos que contratar más costureras. La primera pequeña fábrica fue en el barrio Restrepo. Luego nos pasamos al barrio Santa Sofía, a una casa más grande. En esa época el pelo se compraba fácil. En todo salón de belleza que se respetara había una caja en donde depositaban el pelo. Los dueños lo guardaban y lo vendían. Después mi papá arrendó este local en el edificio Fénix, que en esa época era el más alto de Chapinero. Eso fue hace como 45 años”, señala.

Hubo una época en que ya no se conseguía el pelo tan fácil, cuenta Restrepo. Tuvieron que contratar a dos señores para que visitaran los salones de belleza que encontraban en las correrías que hacían de Bogotá a la costa. Así llegaron a recolectar tanto pelo que una vez exportaron algunas cajas para Estados Unidos.

“A punta de pelo nuestros padres nos sacaron adelante. Somos tres hermanos: dos hombres y una mujer. Caso curioso en una familia paisa. Hace 15 años mis padres se retiraron del negocio. Ahora viven en Girardot (Cundinamarca). Entonces, mi esposa Margarita y la esposa de mi hermano asumieron el negocio. Yo en ese momento estaba con una empresa particular. Luego me puse a trabajar con ellas y a enseñarles, porque yo había vivido toda la vida acá. Finalmente quedamos mi esposa y yo”, dice.

El negocio de pelucas de la familia Restrepo ha tenido diferentes etapas. Por este local han pasado una variedad de clientes: actores, modelos, reinas de belleza. Hubo una época en que, por la calle 76, cerca del monumento de Los Héroes, comenzaron a desfilar gais y travestis en ese sector, quienes también se convirtieron en asiduos compradores.

“Los gais se retiraron de Barí porque ahora, donde venden maquillaje, traen pelucas largas y extravagantes. Eso es lo que les gusta a ellos. Ya tienen sus propios nichos, digámoslo así. Cuando quieren una peluca que les dure mucho tiempo vienen acá. Normalmente compran esas pelucas de juguete que yo llamo cosméticas”, afirma.

Hubo también un periodo en que las extensiones se vendían mucho por el auge del narcotráfico. Venían muchas mujeres bonitas. Los salones de belleza no daban abasto. Otro momento que recuerda Restrepo es que, en Chapinero había muchos hippies que tenían sus locales de venta de ropa. Además, porque en el parque de los Hippies se hacían conciertos de rock. Muchos de esos jóvenes que ahora son padres recuerdan cuando pasan por el local que allí vendieron sus melenas.

A pesar de que se han presentado diferentes tipos de competencia y circunstancias, el negocio de los Restrepo ha logrado mantenerse. Uno de esos competidores son la gente que no conoce muy bien el negocio y se va para China o Los Ángeles a traer pelucas. Terminan vendiéndolas muy baratas. Lo mismo pasa con algunos comerciantes de Sanandresito. La pandemia también los afectó mucho, a pesar de que alcanzaron a pagar el local un mes antes de comenzar el Covid-19.

“Nosotros seguimos atendiendo por teléfono a las señoras que estaban en tratamiento de quimioterapia o que necesitan unas extensiones. Eso nos ayudaba a pagar los servicios. Lo más irónico es que fuimos a solicitar un préstamo de 5 millones de pesos y casi nos sacan a patadas. Después de haberles pagado 250 millones del crédito por el local”, comenta.

Con los Restrepo trabajan dos empleadas. En el primer piso se encuentra la estantería donde se exhiben las pelucas, una máquina de coser, un pequeño espacio para peinar las pelucas y la recepción. En el entrepiso se localiza el taller. Cuando se vendían muchas pelucas llegaron a tener hasta 12 empleados. Algunos de ellos han montado negocios similares por los lados de la iglesia de Lourdes.

A estos lugares, ahora con la pandemia, siguen llegando personas a vender su pelo. Otras prefieren donarlo a fundaciones que elaboran pelucas para pacientes con cáncer. En la mayoría de las instituciones reciben el cabello con un mínimo de 25 centímetros de largo. Mientras que, en estos negocios, no puede ser menor de 45 centímetros. Lo aconsejable es 60 a 70 cm.Y para evitar el robo de cabello, ellos mismos lo cortan. El precio varía según la calidad, el largo y la cantidad.

Para armar la peluca, explica Restrepo, una vez cortado el pelo se incrusta en una tabla para sacarle los residuos que no sirven. Luego se ordena y se teje en un gorro con encaje, una parte a máquina y otra a mano (la corona). Luego se cepilla. La peluca se puede lavar con champú.

En cuanto al precio, Restrepo asegura que han tenido mucho cuidado por la competencia. Hay pelucas que se pueden conseguir desde los 350 mil pesos, mientras en otros sitios pueden costar hasta dos millones de pesos. Los Bigotes cuestan 45 mil, las cejas y patillas 70 mil. Las barbas que son difíciles de hacer pueden costar 350 mil pesos. “Los bisoñes han bajado mucho porque ahora los calvos se afeitan toda la cabeza, afortunadamente, porque eso me parece tan feo”, comenta.

Santiago Restrepo no sabe si el negocio continuará con la tercera generación. Tiene dos hijos, uno que es psicólogo, músico y rasta, y otro ingeniero ambiental. “Yo no digo nada porque a mí nunca me interesó este negocio y a mis hermanos menos. A mí me daba hasta pena decir que teníamos una fábrica de pelucas y aquí estoy. Lo más bonito es venderle la peluca a una señora que está en quimioterapia y ver la alegría de las muchachas cuando compran las extensiones de pelo. Yo vivo muy contento con este trabajo”, concluye.

Artículos relacionados

  • Sin minería ni Portezuelo, nace en Malargüe una empresa que produce vino

    Sin minería ni Portezuelo, nace en Malargüe una empresa que produce vino

  • Estudio considera que igualdad de género no es prioridad para 70% de empresas globales

    Estudio considera que igualdad de género no es prioridad para 70% de empresas globales

  • Ceviche a Recoleta y medialunas para funcionarios: la apuesta de los trabajadores de la Villa 31 para vender fuera del barrio

    Ceviche a Recoleta y medialunas para funcionarios: la apuesta de los trabajadores de la Villa 31 para vender fuera del barrio

  • Bin Salmán dice que "no hay diferencia" entre hombres y mujeres

    Bin Salmán dice que "no hay diferencia" entre hombres y mujeres