Porfidio Puca no tiene reparos en acercarse a un grupo de motoqueros que cenan tranquilamente en el único lugar habilitado en la pequeña localidad de Tolar Grande en la puna salteña y advertirles que, si no van a usar los caminos para su travesía, mejor se vayan. El daño que puede realizarle una huella de un vehículo a los estromatolitos que custodia es irreparable si esto sucede. La anécdota la compartió en 2017 a través de sus redes sociales un conocido agente de viajes salteño cuando se encontraba con otro grupo de turistas extranjeros al que guiaba por la zona.La historia del protector de los Ojos de Mar en la puna salteña La historia del protector de los Ojos de Mar en la puna salteña

Tolar Grande queda a casi 14 horas de la capital salteña. Si bien lo separan 631 kilómetros por RN51, el camino es complicado, de ripio, con calamina y piedra y solo se puede llegar en vehículos de alto porte como camionetas o autos 4x4. Por allí circulan hoy entre 15 o 20 camionetas que van a los emprendimientos mineros que comenzaron a expandirse en la zona mientras que el turismo, especialmente el pos pandemia, quedó por ahora relegado. La basura, en esos caminos es recurrentes, lamenta: “botellas de plástico y papel higiénico siempre aparecen en la ruta por la que circulan más vehículos. Es una lástima”.

“Antes de la pandemia nos visitaban 900 turistas desde Italia, Francia, China, Corea, Japón, Inglaterra o Alemania”, recuerda Puca en diálogo telefónico con LA GACETA desde su “oficina”, en plena puna. El cielo está despejado y la comunicación se realiza sin problemas.

“Ahora vinieron muchos turistas salteños, tucumanos, cordobeses, mendocinos, de Entre Ríos, Chaco y Buenos Aires. Pasa una camioneta por día con 3 o 4 personas”. Según el guardaparque todos se sorprenden y agradecen por su trabajo “debe ser que nunca conocieron a alguien botado en el desierto, en un salar”, dice con una sonrisa que traspasa el teléfono. “Yo siento que estamos haciendo patria trabajando acá”.

La mejor época para conocer Tolar Grande es la primavera, el verano y los primeros días de otoño – de octubre a marzo-. El frío intenso del invierno hace que, por las nevadas, los caminos se tornen peligrosos o inaccesibles.

El guardián

La historia del protector de los Ojos de Mar en la puna salteña

Los Ojos de Mar son tres lagunas de origen volcánico en medio de un salar blanco, cuyo color varía según la luz del sol entre el turquesa y el verde. En los sitios especializados de turismo, los viajeros recomiendan ir al amanecer para tener mejor luz en el momento de las fotos. Se estima que el agua de estas lagunas es cuatro veces más salada que la del océano.

Allí, un grupo de investigadores del Conicet liderados por la tucumana María Eugenia Farías descubrió estromatolitos vivos, unos microorganismos considerados creadores de ambientes de vida en la Tierra debido a que crean oxígeno a partir de dióxido de carbono por fotosíntesis. Ojos de Mar sería una reserva importante para el aire que respiramos.

Para evitar la contaminación del ambiente, está prohibido meterse, acercarse o pisar los Ojos de Mar. Los carteles en el lugar y la función de Puca es esa: evitar que la gente circule por allí y que lo haga con precaución por los alrededores de las lagunas, ya que en el borde el terreno es frágil y quebradizo.

El guardaparque camina todos los días ida y vuelta desde el pueblo de Tolar Grande, en donde vive, a los Ojos de Mar, el área provincial en la cual trabaja. La zona es árida, seca y ventosa: “Salgo a las cinco y media de la mañana de mi casa y a las 7 ya estoy en los Ojos de Mar hasta las 19 o 20 horas. Son una hora y media o dos de caminata. Traigo mi comida, agua y mate todos los días. Es muy lindo venir acá. Una vez me dejé un poco de pan y queso para el día siguiente pero los zorros de la zona, que están acostumbrados a verme me lo robaron. Fue muy gracioso”, recuerda. “Acá hay que estar las 8 horas de servicio y te vas tranquilamente a tu casa. Yo educo y enseño a la gente para que se lleven solo fotos. Es lindo trabajar en una área como esta reserva”, dice sin vueltas Porfidio y explica que las únicas veces que no fue a custodiar los Ojos de Mar fue porque estaba realizando los censos de vicuñas o flamencos que realiza la secretaría de Ambiente de Salta o estaba capacitándose en Capital.

Mina La Casualidad

Al límite con Chile, en el departamento de Los Andes se encuentra un pueblo fantasma que dejó la Mina La Casualidad. Está a más de 4 horas de Tolar Grande, por ese paisaje lunar y cruzando el salar de Arizaro. Porfidio Puca cuenta que su primer encuentro con la Puna fue cuando trabajó allí, a fines de los años 90. “En aquella época se tiraba azufre para Jujuy y estuve cargando unos camiones. Llevamos bolsa de dormir, conservas y agua. El último camión en el que viajábamos se rompió y estuvimos siete u ocho días varados sin ayuda y casi sin víveres hasta que emprendimos la caminata hacia Tolar Grande donde nos asistieron. Ahí me quede trabajando en la Municipalidad con un contrato que se renovaba anualmente hasta que ingresé a la Secretaría como guardaparque”, rememora Puca.

A una altura de 4.180 metros sobre el nivel del mar y a unos 25 km de distancia hacia el oeste, cerca del límite con Chile y Catamarca, se ubica el área de explotación de la antigua Mina Julia, que se extiende sobre la ladera del cerro Estrella (también llamado Lastarria o Azufre) a una altura promedio de 5.505 msnm. Fundada en los años 50, La Casualidad fue una mina y pueblo pujante, con acceso al ferrocarril. En su etapa dorada, vivían allí 3.000 habitantes entre los trabajadores de la minera y sus familias y quienes proveían de servicios a la mina. Hoy se ofrecen tours de 4 días para conocer “historias mineras, pueblos fantasmas y paisajes increíbles”, según algunos sitios de turismo.

Cuando uno llega a los Ojos de Mar y comienza a dialogar con el guardaparque, si se menciona haber ido a la Mina La Casualidad, la primera pregunta que realiza Puca es: “¿estaba el perrito?”. En la mina, o lo que quedó de ella después de los sucesivos saqueos de las últimas décadas, quedaron viviendo dos perritos que nunca pudieron ser trasladados. Uno de ellos, el más viejo, murió congelado por las bajas temperaturas (-20°C) en invierno. El otro, uno negro, todavía se mantiene vivo y recibe a cada visitante del lugar.

“Cada vez que alguien va por ahí les recuerdo que le lleven agua y comida. En los comedores o cuando veo alguien haciendo turismo les pregunto, si van a ir para ahí, para que no se olviden de dejarle alimento”, explica y recuerda: “una vez fuimos con la división canes de la Policía para traernos a los perros, pero nos mordieron. Son bravos, así que decidimos dejarlos y asistirlos como podamos. Ya no los tocamos, ellos deben creer que le estamos quitando el lugar donde viven cuando vamos”.

Droga en la Puna

Las noticias sobre camionetas que ingresan con droga desde Chile y son abandonadas ante la mirada atenta de gendarmería se reproducen continuamente en los medios salteños. “Creo que ya son 18 las camionetas que encontró la gente de Gendarmería en la zona: abandonadas o tapadas, con las luces cubiertas para trasladarse de noche solo con la luz de la luna”, dice Porfidio. “Sé de varias historias porque abandonan los vehículos y se ponen a caminar por la puna que es muy dura. Una vez encontraron a dos traficantes vestidos de peregrinos en el Salar de Pocitos. Habían caminado 84km para llegar ahí. Era un 15 de septiembre, día del Señor y la Virgen del Milagro”.

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