No fue éste un julio muy caluroso en Madrid, pero el aire que se respira en la capital, seco y contaminado, siempre es sofocante durante los meses estivales y la corbata no ayuda a sobrellevarlo. En concreto, aquel miércoles día 2, el día amaneció fresco, unos ı7 grados en el centro de la ciudad, pero aún así el ministro de Industria, Miguel Sebastián, decidió acudir sin la simbólica prenda al pleno que se celebraba en el Congreso para hablar de la crisis económica. Desde los albores de la democracia, cuando los jóvenes socialistas, con Felipe González a la cabeza, presumían de no llevar esta prenda burguesa, no se había visto semejante despechugamiento en la Cámara Baja. Porque, excepto durante las campañas electorales, hoy es casi tan raro ver a un político (de izquierdas o de derechas) sin corbata como a un cura con sotana o un banquero vestido de sport. Así que el gesto de Sebastián (y a pesar de que tenía fecha de caducidad, ya que con la llegada del otoño la corbata ha regresado al cuello ministerial) volvía a poner de actualidad la disyuntiva sobre el uso o desuso de este complemento masculino.

La liga de los sin corbata pronto se apresuró a leer en el descorbatamiento del ministro una señal más de que la polémica prenda no goza de tan buen estado de salud como antaño. En su argumentario, manejaba datos reveladores. Según una reciente encuesta de Gallup, el número de estadounidenses que lleva corbata a diario descendió el año pasado a un mínimo histórico del 6%, frente al ı0% de 2002. Y las ventas de este complemento en 2007, casi 475 millones de euros, están muy lejos de las que se registraron en ı995, cuando el sector vivía días más felices y facturaba cerca de un billón de euros. La cosa se ha puesto tan fea que la Asociación de Accesorios de Moda Masculina, que agrupaba a los fabricantes norteamericanos, se disolvió el pasado junio por la crisis de un sector que vive de los modelos de importación.

Si en España, y el resto del mundo, acabamos siguiendo los pasos que marca el mercado textil americano –como sucede habitualmente aunque con cierto retraso–, la corbata debería empezar a echarse a temblar. Por el momento, y según el Centro de Información Textil y de la Confección (CITYC), en 2007 se vendieron la friolera de ı0.ı65.000 unidades en nuestro país, lo que supone que nos gastamos en corbatas más de 43 millones de euros. Pero, a pesar de las buenas cifras, la producción nacional, tal y como sucede en Estados Unidos, ha caído casi un 27% en los últimos cuatro años. Y, por otro lado, según la Asociación Empresarial del Comercio Textil y Complementos, las ventas registradas hasta agosto fueron un 3,4% menores que las realizadas hace un año, otra prueba de que su uso está disminuyendo.

Tres siglos de debate. A pesar de que esta prenda es, desde finales del siglo XIX, un básico del uniforme masculino, históricamente ha contado con grandes defensores que la han considerado un símbolo de masculinidad (hay incluso quien ve en ella un símbolo fálico...) y enconados detractores que han criticado su total inutilidad. Pero lo cierto es que en su origen, sí tuvo un por qué.

Las primitivas corbatas (cuya paternidad debemos a los mercenarios croatas que servían al rey frances Luis XIV, que enrollaba en la parte superior de sus camisas unos trozos de tela de colores) fueron muy bien acogidas por los franceses porque sustituían a los almidonados e incómodos cuellos de encaje que padecían los caballeros hasta mediados del s. XVII.

La corbata que conocemos hoy, que nació en los años 20 y es significativamente más sencilla que la que se lucía hasta entonces, no exime de la bufanda cuando aprieta el frío, pero sí angustia cuando llega el calor y, lejos de verse como una prenda actual y de diseño, se asocia con un estilo clásico y conservador (con la excepción de los modelos de pala estrecha, colores oscuros y materiales que semejan el cuero que algunos exponentes del pop británico y actores han puesto de moda en la última temporada). ¿Por qué entonces sigue colgando del cuello de la mayoría de los hombres una prenda tan poco práctica? Además de porque es un socorrido regalo para los hijos en las onomásticas de sus padres, parece que conserva su puesto en los armarios masculinos por su valor estético, su asociación con la elegancia y el protocolo y, sobre todo, por su gran fuerza simbólica (aporta credibilidad, poder, prestigio...).

Michael Solomon, editor durante años de revistas masculinas como Esquire y autor de libros de moda como Camisa y Corbata, reconoce que "no es una prenda particularmente cómoda, siempre pasa de moda (o regresa cuando las hemos tirado) y ni siquiera es práctica. Pero de todas maneras se instaló como parte fundamental de la ropa masculina porque une todos los elementos de su vestimenta, aporta respetabilidad instantánea y es un gran símbolo de individualidad".

ELMUNDO.ES | SUPLEMENTOS | MAGAZINE 391 | La corbata pierde poder

Pedro Mansilla, sociólogo y critico de moda, también opina que la corbata se impuso porque es la única nota de personalidad y coquetería permitida en el rígido vestir masculino: "Los varones están obligados a vestirse de una forma tan ritualizada y similar que encuentran en la corbata la única ventana a la libertad por la que un traje adquiere un tinte personal". Paradójicamente, más que marcar diferencias, contribuye a uniformar a los hombres...

En cualquier caso, la corbata también logró conquistar el mundo a base de marcar diferencias entre unos y otros y convertirse en el símbolo de lo que querían alcanzar quienes estaban en la base de la pirámide social: formaba parte del uniforme de los colegios privados, era la clave para entrar en los restaurantes más exclusivos, la lucían quienes no realizaban trabajos físicos…

"Hasta no hace mucho, las madres se enorgullecían de que sus hijos fueran a trabajar con corbata, aunque ganaran mucho menos que sus padres fontaneros o albañiles, porque llevarla era un signo de distinción, de tener estudios, de poder llegar a ser alguien", explica Rafael García Lozano, coordinador de Estilismo de la Escuela Superior de Moda y Empresa. Pero las cosas han cambiado y el lazo al cuello ya no es visto como un distintivo de clase: "Esta prenda ha perdido valor desde que se popularizó y un cargo intermedio puede permitirse la misma corbata que su superior. Además, hoy en día la gente con dinero y poder busca un lujo más personal e íntimo y muchos no quieren que su forma de vestir pueda delatar quiénes son ni lo que tienen", añade García Lozano.

El influyente Gianni Versace, antes de debutar en la pasarela de alta costura de París en ı990, predijo la desaparición de la polémica prenda y anunció que la eliminaba de su ropa: "Ya no es un símbolo de distinción, sino algo que se ponen hasta los bandidos, e incluso los enyesados hombres de negocios tienen ganas de acabar con la engorrosa corbata", declaró. La cosa quedó en un escándalo puntual, pero su desconfianza, como la que antes habían manifestado los diseñadores de principios del s. XX, volvía a poner de manifiesto que este complemento nunca gozó de un apoyo unánime, ni siquiera entre la industria que vive de sus ventas.

De hecho, años antes del entierro de Versace, ya hubo quien la dio por muerta al ver cómo empresas de nuevas tecnologías, dirigidas por jóvenes en camiseta y zapatillas, como Bill Gates o Steve Jobs, lograban alcanzar dimensiones planetarias. Gates, el que fuera durante años el hombre con una mayor fortuna de la Tierra, es un caso paradójico porque ha hecho coincidir su jubilación al frente de Microsoft con un redescubrimiento de la corbata, y en no pocas de sus últimas apariciones públicas ha posado con ella al cuello: "Puede ser una cuestión de edad", apunta Mansilla, "o quizá está un poco harto de parecer siempre el pobre de la foto cuando, en realidad siempre es el más rico".

Por el contrario, Steve Jobs, su eterno rival y fundador de Apple, ha hecho de la no corbata uno de los preceptos más importantes de una religión que profesan miles de jóvenes de todo el mundo y su uniforme (pantalón vaquero, zapatillas blancas y jersey de cuello vuelto negro) es imitado por un gran número de fieles: "Varias veces al año se abren los cielos y el dios Steve, iGod, aterriza en el escenario del Moscone Center: el público chilla enfervorecido y el panorama tecnológico se detiene porque no sólo es un mito del management, sino que además, consigue parecerlo: heterodoxo, descorbatado, con estilo propio...", explica el profesor del Instituto de Empresa Enrique Dans.

Lo de Gates y Jobs sólo fue el pistoletazo de salida. Los verdaderos problemas para la corbata empezaron cuando, con la búsqueda del desahogo por bandera, se popularizó un concepto en las empresas norteamericanas (que, gracias a la globalización, se extendió al resto del mundo) que, en honor a la verdad, no ha acabado con la corbata, pero sí le ha hecho daño: el casual friday. La estrategia consiste en permitir que los empleados se salten los viernes el código de vestimenta corporativo. Los expertos en Recursos Humanos que la inventaron aseguran que no sólo no dañaba a la imagen de las compañías, sino que contribuye a mejorar el ambiente laboral, el trabajo en equipo, la productividad y hasta la relación con los clientes.

Cada vez más cuestionada. El mundo se veía tan maravilloso sin corbata que en algunas empresas la medida empezó a extenderse a otros días de la semana, siempre que los compromisos lo permitieran: "Fue un periodo de transición en el que la gente llevaba la corbata en el bolsillo, por si en algún momento del día tenía que ponérsela, y la desterraba definitivamente el fin de semana", recuerda Mansilla. Finalmente, durante el boom de las empresas de Internet, los jóvenes puntocom impusieron el business casual, una vuelta de tuerca que proponía a los trabajadores enterrar el uniforme de traje y la corbata y sustituirlo por otro a base de pantalones de pinzas beige y camisas con botones en el cuello (preferiblemente, con emblema en la solapa).

A pesar de tantos ataques, la corbata salió victoriosa y entró en el siglo XXI atada sobre todo al cuello de los mandamases del sector político y financiero, donde casi nadie se atreve aún a discutir su presencia. Pero cada vez más voces cuestionan su reinado y estamos asistiendo a un rebrote del movimiento de contestación a la corbata que no niega ninguno de los expertos consultados (aunque no estén seguros de su desaparición). "Es evidente que se está apoderando del hombre, incluso de los que ocupan las altas esferas, una relajación en el vestir y una mayor informalidad que es bien vista por la sociedad", reconoce Mansilla. "Los ataques más fundados contra la corbata siempre se han basado en su nula utilidad", apunta García Lozano, "y por esta causa, a largo plazo podría ser relegada". Además los miembros de la liga anticorbata se agarran a nuevos argumentos para ganar su cruzada.

Japón fue el país pionero en quitarse la corbata en aras del ahorro energético y del protocolo de Kyoto en defensa del medio ambiente. Hace cuatro veranos, el entonces primer Ministro, Junichiro Koizumi, lo hizo y desde entonces se ha convertido en tradición nacional. La Campaña Cool bizz que impulsó el ministerio de Medio Ambiente nipón recomendaba acudir al puesto de trabajo durante los húmedos y asfixiantes veranos en mangas de camisa para poder subir los termostatos de las oficinas hasta unos quizá excesivos 28 grados. ¿Resultado? El gobierno oriental asegura haber dejado de emitir cada año medio millón de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Y tan contento está con lo conseguido, que en la última cumbre del G-8 celebrada este julio en la isla de Hokkaido trató de internacionalizar su éxito instando a sus ilustres invitados a reunirse en ropa más informal y ecológica.

Aquí en España, la primera empresa en subirse al carro de la responsabilidad social anticorbatil fue Acciona. Desde 2007 sus empleados visten ropa informal entre el ı5 de junio y el ı5 de septiembre porque, según la compañía, al subir la climatización hasta 24 grados bajaron el consumo energético en unos 50.000 kilowatios (un ahorro del 6,5% en la factura). Miguel Sebastián y Celestino Corbacho, Ministro de Trabajo que en solidaridad con su compañero se descamisó en verano, también se aferran la noble causa de la ecología para dejar la corbata en casa. Les llovieron, a partes iguales, los aplausos de los que creen que las corbatas no casan con las altas temperaturas y las críticas de quienes consideran que el Gobierno debe vestir esta prenda cuando ejerce funciones representativas, por "antiecológico" que sea.

Dos grados más. Preocupados estos últimos por salvaguardar las normas no escritas de la urbanidad y la elegancia, se echaban las manos a la cabeza por si, con la excusa del aire acondicionado, se imponía la anarquía textil en el Congreso y terminábamos viendo a los ministros en bermudas y sandalias por sus pasillos. "En realidad", afirma Mansilla, "el contrargumento para los que se escudan en el calor es simple: se supone que esta prenda añade dos grados de temperatura al cuerpo, mientras que la chaqueta suma cinco, así que, puestos a ahorrar, es mejor quedarse en camisa y corbata. Pero, claro, quitando el colectivo gay, acostumbrado a cuidar su cuerpo, casi nadie se atreve a hacer eso porque supone entrar en un nivel de intimidad bochornoso que deja al aire el michelín, los pectorales, las posibles manchas de sudor…".

Al margen de las temperaturas, una de las últimas esperanzas de quienes ansían ver algún día la salida del armario de la corbata ha llegado de la mano de la ciencia. Hace dos años, varias investigaciones relacionaban el uso de esa prenda con el aumento de la presión intraocular que, a la larga, podría degenerar en glaucoma (una enfermedad que puede provocar la pérdida toral de la vista). Los doctores del Instituto de Ojos y Oídos de Nueva York concluyeron, tras realizar un estudio con 40 pacientes, que "el nudo ajustado constriñe la yugular y aumenta la presión sanguínea en la vena y dentro del ojo". Para evitarlo, recomendaban llevarlo más flojo posible.

La corbata es quizá la prenda con mayor valor simbólico (trasmite jerarquía, orden, seguridad, seriedad...) y eso asegura su superviviencia. Así que sus detractores decidieron utilizar ese argumento para acabar con ella. Como en Irán, donde el sentimiento anticorbata creció gracias a la campaña que sus líderes políticos realizaron para denunciar que el complemento era un símbolo de la opresión occidental que, en nombre de la identidad nacional, no debía usarse. El mensaje caló tanto que hoy la mayoría de ejecutivos iraníes visten elegantes trajes occidentales, pero sin la dichosa prenda.

El mismo argumento se ha utilizado en Sudamérica, donde muchos líderes han sido noticia por prescindir de la polémica prenda en sus viajes oficiales a países encorbatados. Lo fue el recién elegido presidente de Bolivia, Evo Morales, por lucir un jersey en su recepción con el rey de España. Y muy posiblemente lo será el nuevo presidente de Paraguay y ex obispo católico, Fernando Lugo, que ya asistió a su toma de posesión en sandalias y sin corbata dejando claro que su pasado vinculado a la Teología de la Liberación iba a marcar su gobierno.

Pedro Mansilla está convencido de que, para que en Occidente se extendiese esa teoría de la liberación de la corbata su no uso tendría que institucionalizarse políticamente: "Si el próximo presidente de Estados Unidos jurase su cargo sin ella, sería más fácil que empezáramos a relegarla al fondo del armario. De hecho, torres más altas han caído. En su día, John Kennedy fue el primer presidente en ser proclamado sin llevar su sombrero en la mano y aquello fue el principio del fin de esta prenda".

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