La escena podría formar parte de la serie de Netflix Cómo vender drogas online, pero ocurre en Argentina. Es sábado a la noche y Julián está por salir de fiesta con sus amigos cuando cae en la cuenta de que les falta algo importante: ninguno compró “pastis” de éxtasis. El problema se resuelve en un instante. Julián busca en su bolsillo, saca su smartphone, abre la aplicación de mensajería Telegram y accede a un amplio catálogo de drogas, disponibles las 24 horas del día los 365 días del año. Ya no es necesario peregrinar por “quioscos” de barrio ni mendigar entre conocidos el contacto de algún dealer. Al igual que otras mercancías, cualquier droga se encuentra ahora a tan solo un clic de distancia.

Sería ilusorio creer que el mercado de drogas no está siendo transformado por los continuos avances tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones. Aunque hoy nos parezcan prehistóricos, inventos como el contenedor o el teléfono celular también supieron generar puntos de inflexión en la forma en que las drogas se fabrican, distribuyen y consumen. En la actualidad, una nueva metamorfosis está siendo provocada por una aplicación de mensajería disponible para cualquier smartphone: Telegram.

¿Por qué Telegram? La respuesta podría darla cualquier representante de la dirigencia política argentina, pionera en intercambiar mensajes a través esta aplicación: por sus configuraciones de seguridad. A diferencia de WhatsApp, Telegram no solo ofrece encriptación de mensajes, sino un menú mucho más amplio de prestaciones. Entre otras, ocultar nuestro número de teléfono, poner un nombre de fantasía, eliminar mensajes automáticamente, prohibir capturas de pantalla y un largo etcétera que dificulta cualquier filtración o trabajo de rastreo. Esto hizo que los vendedores fueran migrando su operatoria desde la calle u otras plataformas menos seguras hacia Telegram, invitando a sus compradores a unirse a una gran cantidad de grupos de compraventa. Lo que se describe en esta nota se basa en el trabajo de campo realizado en el marco de un proyecto de investigación sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el mercado ilegal de drogas desarrollado durante 2021.

"Los grupos de Telegram transforman el “quiosco” barrial en una forma de venta casi obsoleta."

¿Cómo opera el comercio de drogas en Telegram? El funcionamiento es simple: el lector tiene que imaginar un grupo de compraventa barrial de WhatsApp, pero dedicado exclusivamente a la venta de drogas. Para acceder a él, se necesita la invitación previa de alguno de sus miembros como garantía mínima de seguridad. Una vez adentro, nos encontramos con un sinfín de vendedores que envían constantemente mensajes que publicitan y ofrecen cocaína, marihuana, éxtasis, ketamina, hongos, DMT, medicamentos de venta bajo receta y cuanta sustancia se pueda imaginar.

Los grupos de Telegram transforman el “quiosco” barrial en una forma de venta casi obsoleta. El anonimato que perciben tanto compradores como vendedores en esa plataforma ha permitido la proliferación de verdaderos emprendedores dedicados a encontrar y ocupar nichos comerciales en el mundo de las drogas y, sobre todo, a competir entre sí. Al igual que en cualquier feria o centro comercial, los grupos de Telegram concentran decenas de oferentes en un mismo lugar, produciendo una dinámica de competencia que emocionaría a un liberal neoclásico. Para llamar la atención de los potenciales clientes, los vendedores despliegan una serie de estrategias de marketing que están a la altura de la mejor tradición publicitaria argentina: “Te ofrecemos discreción, calidad, puntualidad y buen precio. Laja [cocaína] premium, perfecta para las narices más exigentes. Probá esta línea y te aseguro que no la cambias más”, dice uno de los miles de mensajes enviados en los grupos.

Sin embargo, no todo es marketing. Los vendedores también han ido ampliando la gama de servicios que se ofrecen para mayor comodidad del cliente. Se ofrecen envíos por delivery, a veces sin cargo, a donde lo solicite el comprador. Este tipo de entregas puede ser realizada por el propio vendedor o incluso por repartidores de conocidas aplicaciones dedicadas a la cadetería o la venta online de comida.

Como en las series: la vertiginosa transformación digital del mercado de drogas

Una de las características más sobresalientes de este nuevo mercado de drogas es la posibilidad de pagar digitalmente. Los servicios al consumidor llegan a tal punto que los vendedores de drogas –según las entrevistas realizadas– aceptan pagos a través de las más importantes billeteras virtuales, mediante las cuales el cliente puede pagar por transferencia, tarjetas de crédito o débito. Los vendedores prefieren usar cuentas en fintechs porque perciben que se encuentran menos reguladas que las entidades financieras tradicionales y que, en consecuencia, en ellas los movimientos en sus cuentas son menos rastreables.

La dinámica que se crea a partir de los grupos de Telegram y las opciones que se ponen a disposición del comprador de estupefacientes no hacen más que transformar la experiencia del consumo de drogas. Lo que antes podía llevar horas y ser algo peligroso hoy constituye una serie de acciones realizadas desde la comodidad del hogar a través de tecnologías legales. Por eso, no debe entenderse únicamente como un cambio de medio, pues las aplicaciones móviles como Telegram están transformando la misma dinámica del mercado de drogas.

La clave está en la accesibilidad que otorgan los grupos. La cantidad de vendedores disponibles 24/7 y la variedad de servicios ofrecidos por éstos hacen que se incremente enormemente la rapidez y la facilidad para comprar. Y esto obviamente impacta en los patrones de consumo: las limitaciones logísticas desaparecen y la única barrera que queda en pie es la económica.

El relato de Lautaro ilustra este cambio: “En otra época, si una noche no tenía ningún dealer disponible, no compraba. Ahora no hay forma de quedarme sin uno”.

En paralelo, los grupos ofrecen una variedad de sustancias que en las anteriores modalidades de venta eran difíciles de conseguir, expandiendo de esta manera las posibilidades de consumo. Como cuenta Luciana: “Cualquiera que quiera probar hongos, en Telegram tenés. Quiero comprar ketamina y ahí tenés alguien que vende. El DMT [un alucinógeno también llamado “la molécula de Dios”] también. Imaginate. ¿Dónde voy a comprar DMT yo ahora sin Telegram?”.

"La entrega a domicilio y el pago digital son novedades que vienen a reducir una de las principales características de los mercados de drogas: la violencia"

La posibilidad de contactar a proveedores digitalmente, la entrega a domicilio y el pago digital son novedades que vienen a reducir una de las principales características de los mercados de drogas: la violencia. Hoy solamente es necesario descargar una aplicación libre y gratuita, tener acceso a un grupo de venta de drogas, contactar a un vendedor y realizar una transferencia digital. Aunque no queda reducida a cero debido a que la entrega implica necesariamente un encuentro físico, la concatenación de aplicaciones, servicios digitales y tecnologías del anonimato reducen las posibilidades de violencia. No es necesario ir con dinero en efectivo al “quiosco” del barrio y mucho menos entablar negociaciones allí. En el extremo final de la cadena, las aplicaciones móviles y los servicios financieros facilitan intercambios relativamente pacíficos de drogas por dinero.

Sería un error, sin embargo, pensar que en este mercado ilegal se opera sin riesgos. La contracara del anonimato es la innumerable cantidad de estafas que se cometen. Estas incluyen la entrega de cantidades menores a las pactadas, el suministro de mercancías legales (como pasto o pastillas de venta libre) que el proveedor hace pasar por algún tipo de droga e incluso solicitar pagos por adelantado sin otorgar nada a cambio. Al no haber, por obvias razones, ninguna instancia estatal ante la cual reclamar, el único acto de justicia posible es “escrachar” a los estafadores mediante comentarios en los distintos grupos. Con esta acción se advierte a compradores incautos sobre el riesgo de estafa y generalmente se consigue que los administradores de los grupos expulsen al “escrachado”.

Leticia es estudiante universitaria y trabaja en un call center. Su imagen está bastante alejada del estereotipo de “narco” que nos muestra Netflix. Mientras pasea su perrito por una plaza céntrica nos cuenta cómo en sus tiempos libres vende pastillas de éxtasis por Telegram. Comenzó en el rubro porque necesitaba mantenerse cuando estaba sin trabajo, pero ahora utiliza la venta de drogas como un complemento del magro sueldo que obtiene por su trabajo formal.

Historias como las de Leticia se repiten. En un contexto de crisis económica, con disminución del poder adquisitivo y aumento del desempleo, la venta de drogas por Telegram se presenta como una tentadora fuente de ingresos para jóvenes de clase media. Freelancers, empleados de comercio, estudiantes que reciben una mensualidad y hasta trabajadores de empresas multinacionales: como lo registran numerosas entrevistas realizadas, para todos la venta de drogas ofrece ingresos adicionales que sirven para financiar necesidades básicas o para “darse un gustito”.

Esto muestra cómo el mercado ilegal de drogas no opera solo a través de organizaciones criminales ni es patrimonio exclusivo de los sectores excluidos. En él interactúan personas pertenecientes a distintos sectores sociales que encuentran en las aplicaciones de mensajería una herramienta relativamente segura y sencilla para obtener ingresos con la venta de drogas en un contexto de larga crisis económica.

Este nuevo mercado de drogas solo es posible gracias a sofisticados desarrollos tecnológicos –como la comunicación encriptada– que crean altos niveles de anonimato y que dificultan enormemente tanto el rastreo como la aplicación de normas. Los grupos de Telegram pueden armarse o eliminarse en segundos y la identificación de organizadores y vendedores resulta compleja. Asimismo, Telegram no es la única aplicación móvil que vehiculiza el comercio de drogas. Tinder, Snapchat, Signal y en menor medida WhatsApp también han sido utilizadas para estos fines.

Este panorama pone de relieve la existencia de un camino regulatorio que las tecnologías digitales y las llamadas fintechs todavía deben transitar. El actual debate en la Unión Europea acerca de cómo regular las empresas tecnológicas y los servicios financieros ofrecidos por fintechs confirma que no estamos ante un problema exclusivamente argentino.

Por otra parte, si se observan los organismos de control estatal, las agencias encargadas de la persecución del mercado de drogas parecen no haber tomado nota aún de los cambios que las aplicaciones han ido produciendo en ese mercado ilegal. Dado el patrón histórico de comportamiento de dichas agencias, cabe preguntarse si en este caso el Estado tiene la capacidad o incluso la voluntad de combatirlo. Se trata de un fenómeno silencioso y del que muchos se benefician mientras corren escasos riesgos. Urge advertir que las innovaciones tecnológicas no solo brindan soluciones; también modifican dinámicas de mercado y transforman patrones de consumo, incluso cuando se trata de mercancías ilegales.

Dewey, sociólogo e investigador senior en la Universidad de San Galo, Suiza, es autor de El orden clandestino: política, fuerzas de seguridad y mercados ilegales en la Argentina (Katz); Buzzetti es doctorando en Ciencia Política en la Universidad Nacional de San Martín

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