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Hace menos de seis meses que se puso en funcionamiento la ley de bolsas, y según la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) y los supermercadistas el consumo de estas bajó un 80%. La Cámara de Industrias (CIU) habla de un poco menos, del 65%. Como sea, la reducción es importante. El problema está en que esta sucede al mismo tiempo que crece de manera exponencial la cantidad de alimentos que vienen envasados (frutas, verduras, quesos, fiambres, carnes, menús preparados…). Hay quienes defienden que esto se debe a políticas de conservación de los alimentos, otros reconocen que es la vida moderna la que exige cada vez más empaques, más chicos y más fáciles de trasladar.

“Es el tiempo de la mono dosis. De poner una o dos manzanas empaquetadas, ya selladas, ya con el precio. Es más rápido que tomar la fruta, ponerla en la bolsa y pesarla. La persona toma el empaque y se va”, explica Daniel Menéndez, de la Asociación de Supermercados del Uruguay (ASU). “Esto pasa con muchos productos. Hay remolachas envasadas al vacío, fiambres y quesos empaquetados, ya pesados, de cuatro o cinco marcas distintas. La gente no quiere esperar en una fiambrería, no quiere sacar el número y esperar. No tiene tiempo. Agarra el producto y se va. Sencillo”.

“Es algo que tiene que ver con los ritmos de vida, con las tendencias de los consumidores actuales”, dice Verónica Skerl, coordinadora de Impulsa Alimento, un programa de la CIU que busca aumentar la competitividad de las pequeñas y medianas empresas alimenticias, y potenciar así sus capacidades de exportación. “La tendencia va hacia proporcionar porciones cada vez más pequeñas. Es lo que requieren los consumidores y es lo que hace que aumenten la cantidad de empaques”.

“A veces se pone mucho foco en lo que está pasando a nivel de contaminación, y se mira solo al envase sin pensar en las ventajas que este puede tener. Lo cierto es que hoy los supermercados aprovechan productos que tendrían que tirar a la basura porque ya perdieron su buen aspecto”, sostiene Ignacio González, ingeniero químico que trabajó por 30 años en la industria del plástico haciendo envases de leche y bandejas. Y agrega: “Con el envasado pueden fraccionar, dividir, presentar las cosas de tal manera que puedan ser aprovechadas. Muchas veces se presentan como algo sofisticado los trozos de una fruta que si uno la viera entera quizá la tiraría a la basura”.

“Ahora se venden carnes al vacío, de todos los cortes, bien presentadas. El tipo de poliestireno que se usa ahora permite que la carne dure dos meses en la heladera. Es algo que les cambió la vida a los importadores, que permite llegar a mercados a los que antes era imposible acceder”, señala Agustín Tassani, del Centro Tecnológico del Plástico (Ctplas).

¿Pero es todo positivo? La verdad es que no. Los datos muestran que aunque ya no se consuman las 1.200 millones de bolsas que se vertían anualmente al mercado, está aumentando el uso de otros tipos de productos contaminantes y muchas veces difíciles de reciclar.

¿Qué podría cambiar con la polémica ley?

La nueva ley de gestión integral de residuos obliga a las empresas a usar envases y embalajes “de materiales que propicien su reutilización y reciclado o, en su defecto, ser de materiales biodegradables”. Además, deberán pagar según la cantidad de material que viertan al mercado. La ley, impulsada por la Dinama, fue fuertemente criticada por la Cámara de Industrias, que ha advertido que esta obligará a las empresas a pasar de pagar US$ 4 millones anuales para la gestión de los envases, a US$ 80 millones. También han señalado que esto se trasladará a los precios de los productos, incluso en la canasta básica. Por otro lado, la industria sostiene que la ley lleva a que sus aportes vayan directamente a Rentas Generales, y que no existe la garantía de que todo el dinero que pongan para la gestión de los residuos se destine efectivamente tan solo para este fin.

Las cifras son lapidarias

Que cada vez se usan más envases es algo que se puede comprobar con datos. En 2015 eran 80 millones de kilos los que la industria vertía en el mercado, según las cifras de la CIU. En 2016 el número bajo a 78 millones, pero en 2017 pasó a 83 millones y en 2018 se confirmó el incremento llegando a 85 millones de kilos. El mismo peso que tienen 65.000 autos, o 340.000 motos u ocho millones de computadoras. Y casi todo termina en los sitios de disposición final de las intendencias.

Cayó 80% el uso de bolsas en supermercados, pero la industria utiliza cada vez más envases

Lo que se recicla es un chiste.

Las cifras del Plan de Gestión de Envases (PGE) —que funciona solo en seis departamentos (Canelones, Flores, Maldonado, Montevideo, Rivera y Rocha)— son dramáticas. Y son las que ha puesto sobre la mesa la Dinama para exigir la votación de la nueva ley de residuos, la que ya fue aprobada en ambas cámaras pese a la negativa de la CIU. Aunque año a año se puede notar una leve mejoría, lo cierto es que los logros son modestos: en 2015 recuperaron 1,4% de los envases que se vertieron al mercado, en 2016 fueron 2,8%, en 2017 se llegó a 3,3% y en 2018 apenas a 3,5%.

La mayoría de lo que se vertió (debido a su peso) fueron envases de vidrio, que pasaron de ser el 23% del total al 25%, lo que implicó el pasaje de 19,5 millones de kilos en 2017 a 22 millones en 2018. De todo esto, el PGE recuperó menos del 1%.

En segundo lugar, en el entorno del 18%, se ubicaron los envases de tereftalato de polietileno, conocido como PET, el que se utiliza para hacer las botellas de aguas, refrescos, detergentes, bidones, envases de champú y frascos de medicamentos, solo por nombrar algunos ejemplos. En 2018 se trató de 15,6 millones de kilos de PET, de los cuales el Plan de Gestión de Envases recuperó poco más de 600.000 kilos, cerca de un 4%.

O sea, cada año se lanzan al mercado 15 millones de kilos de botellas de plástico que nadie recupera, que se pierden, que no se reciclan.

Cuestión del mercado

“El cliente siempre tiene la razón” es una frase que le es atribuida a Herry Gordon Selfridge, fundador en 1909 de las tiendas Selfridge en Londres. Luego el hotelero suizo César Ritz creó su propia versión: “le cliente n'un jamais tort” (los clientes nunca se equivocan). Los alemanes también modificaron las palabras, manteniendo el sentido: “el cliente es rey”. Y los japoneses dieron un paso más: “el cliente es dios”, decían. ¿Pero es así? ¿El cliente siempre tiene la razón? ¿Nunca se equivoca? ¿Debe ser considerado un rey o un dios? Pero más allá de eso, ¿es el cliente responsable de que los empaques cambien de forma, de que cada vez haya más envases y que cada vez sean más chicos? ¿Es el culpable de los 85 millones de kilos de basura que la industria vierte al mercado? Quizá en algún punto sí, pero es esta una verdad a medias.

“El drama son las botellas (de plástico). Han provocado un colapso de los recursos sanitarios, problemas por botellas atascadas en los sistemas de saneamiento. Y este no es un problema del consumidor, sino de las empresas, que son las que tienen que asumir el costo de lo que generan. Son las empresas las que eligieron utilizar envases no retornables. El cliente no es absolutamente libre. No puede optar por un producto o por otro con libertad. Está condicionado por la propaganda, por el envase que las empresas decidan utilizar. Hay ciertas bebidas que solo vienen en botellas no retornables”, señala con vehemencia González.

Él advierte que lo que pasó con las botellas fue el cambio más grande que presenció en sus tres décadas trabajando en la industria del plástico. También dice que lo que fue sucediendo con las bolsas era previsible y que si hubo un aumento de su uso tuvo que ver más que nada con el crecimiento del supermercadismo en todo el país. Pero las botellas no: él vio el pasaje del vidrio al plástico, incluso presenció como algunas empresas resistieron el cambio hasta que se les hizo imposible, y cómo se llegó al día de hoy, en el que hay marcas con más de 10 presentaciones de agua, con gas y sin gas, con diferentes medidas.

“El gran problema que tiene Uruguay es que la gente no toma agua de la canilla. Y esto no es culpa de la gente ni de las empresas. Acá OSE y la Unidad Reguladora de Servicios de Energía y Agua (Ursea) deberían transparentar sus datos, y si hay un problema con la potabilidad del agua arreglarlo. Eso debería ser prioridad para el próximo gobierno. Si la gente tomara más agua de la canilla se arreglaría parte de este problema”, señala González.

Más allá de las botellas, hay otros empaques que los propios supermercadistas entienden que existen para atraer a los consumidores. “Lo cierto es que hoy por hoy no existen limitaciones para los usos de envases, incluso hay una tendencia a la aparición de envases extra. Son los proveedores los que manejan el tema, los que ponen los productos de una manera o de otra. Me refiero, por ejemplo, al uso de packs: un jabón en polvo y un detergente que vienen juntos dentro de un envase extra”, explica Menéndez, de la ASU. De esta manera a los dos envases, al del jabón en polvo y el detergente, se le agrega otro más en que estos productos se guardan juntos. Lo mismo pasa con snacks, paquetes que tienen papas chips, maníes y otros productos juntos, y que están unidos por un envase extra.

La nueva ley de bolsas tuvo éxito en muy corto plazo

“Según la información que manejamos el uso de bolsas cayó en el entorno del 80%”, señala Jorge Rucks, subsecretario del Mvotma. Sin embargo, hay cosas que aún quedan por resolver. Daniel Menéndez, de la Asociación de Supermercados del Uruguay (ASU), reconoce que no todos los comercios venden a $4 las bolsas biodegradables que exige la normativa, y que en algunos lugares entregan bolsas de contrabando que son de otros materiales. “A la Dinama siempre le dijimos que había controlar, que el contrabando era un tema. Hay comercios que te siguen dando la misma bolsa que antes y encima te la cobran”. Otra fuente de un importante supermercado en Montevideo advierte que muchas veces tienen que llamar la atención de los clientes, que toman las bolsas para frutas y verduras para guardar otro tipo de productos. Menéndez, que maneja la misma cifra que Rucks en cuanto a la caída del uso de las bolsas, sostiene que las empresas esperan que haya un 18% o 20% que se sigan utilizando, “aunque las tengan que pagar”, porque “siempre hay clientes que se olvidan o que deciden comprarlas para la basura”. Las bolsas de basura que se venden en Uruguay, por otro lado, no son todas biodegradables.

La otra mirada

Pero el uso de envases, para algunos, no es siempre negativo. Jorge Pereyra, vocero de la CIU, ve en el plástico un universo de oportunidades para la conservación de productos. “No cabe duda que en el mundo entero en plástico en diferentes composiciones ha sido la solución por excelencia para la conservación de alimentos. Un ejemplo es el envase de leche larga vida, que resuelve tiempos antes perdidos, y que permite el traslado de leche de una punta del país a la otra. El poliestireno expandido también muestra varias ventajas”, señala.

Pereyra sigue y advierte al menos tres logros del poliestireno expandido: “La conservación, tanto para mantener el frío como el color en bandejas con alimentos; la asepsia general, en lo concerniente a la ausencia de contaminación de los alimentos, lo que sirve para servirlos en hospitales, centros educativos y cárceles; y además en un 95% estos envases están compuestos por aire, lo que los hace casi 100% reciclables”.

El uso de poliestireno expandido ha sido polémico en algunos países. En 2015, por ejemplo, Nueva York prohibió su uso, debido a que no se reciclaba. La Suprema Corte revocó esta medida luego de que la industria se comprometiera a hacerse cargo del reciclado de estos materiales.

Las cifras del plan de gestión de envases no difieren entre poliestireno expandido y no expandido (el primero es el que se usa para bandejas de comida, como refería Pereyra, el no expandido es el que se suele utilizar, por ejemplo, en potes de cremas u flanes). Anualmente la industria vierte en Uruguay un promedio de 1,3 millón de kilos de poliestireno al mercado, pero no existen datos precisos sobre cuánto de esto se recupera. Pese a la falta de números, Pereyra advierte que la industria se ocupa de su recuperación.

“En Uruguay, en un ejercicio de responsabilidad extendida del productor (aún sin ley que lo obligue), se recuperan bandejas, vasos, etc, de poliestireno expandido. Se compactan por calor, se convierten en bloques y se exportan a Malasia. Ya se han exportado siete contenedores, que evitaron el enterramiento de ese residuo en los sitios de disposición final municipales”, advierte el vocero de la CIU.

González, pese a ser crítico con la multiplicación de envases, advierte que hay casos en que es entendible su uso. “Con los tomates cherry, por ejemplo, está bien, porque antes se desperdiciaba mucho por el aplastamiento”, señala él, que dice estar de acuerdo con la nueva ley de residuos, pues sostiene hará que las empresas se preocupen más por el tipo de envase que usan. “Si el envase pesa más, van a tener que pagar más, así que van a tener que usar mejores materiales”, advierte.

Es el artículo 47 de la nueva ley el que dice que los importadores y fabricantes “deberán minimizar el volumen y peso de los envases”. Al mismo tiempo el impuesto que deberán pagar crecerá junto con el peso de estos.

González cree que solo hay una solución a todo este problema: “El tema es buscar el justo equilibrio entre la conservación de alimentos y la posibilidad de recuperación de los materiales que se utilizan para hacer los envases”.

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