Desde hace algunos años, las escuelas de negocios han adaptado sus propuestas a todos los tipos de empresa, desde las grandes multinacionales a los pequeños emprendedores, de cualquier sector, tamaño y propósito. Cada vez hay más espacios que se dedican específicamente a servir de puente entre los directivos consagrados y los que están emprendiendo, pero en relaciones cada vez más igualitarias. “El ecosistema ha cambiado y ha bajado el grado de arrogancia que se daba en este tipo de intercambios. Así como hay muchas start-up que mueren, también hay situaciones que complican las cosas en la gran empresa”, resume Daniel Soriano, director del centro de emprendimiento e innovación y profesor adjunto de gestión emprendedora de IE Business School. Lo cierto es que sus dos mundos no parecen tan distantes. En palabras de Pilar Llácer, docente en la escuela de negocios EAE, “no deberíamos distinguir las dos figuras; ambos deben tener capacidad de generar nuevos negocios y oportunidades”.Qué pueden aprender los directivos de los emprendedores Qué pueden aprender los directivos de los emprendedores

En su opinión, “el espacio que crean las escuelas de negocios para los intercambios de ideas nuevas es perfecto; la unión de profesionales de distintas áreas, sectores y generaciones en un aula es una fuente de oportunidades, creatividad e innovación”. “Cuando hablamos de trabajar por proyectos hablamos de una gestión del trabajo y las personas muy distinta. La fusión de estas dos figuras es un cambio de paradigma”. Escuelas como la suya tienen programas específicos para fomentar estos intercambios y establecen un sistema para que los estudiantes en módulos de emprendimiento trabajen con directivas y directivos en activo.

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Jóvenes, emprendedores y autodidactas

La escuela de negocios de Deusto tiene su propio bootcamp (campo de entrenamiento en inglés) para este fin. “Además de aprender a crear y gestionar start-ups, a partir del segundo trimestre del curso cada alumno tiene un mentor vinculado a una empresa consolidada relacionada con su sector o actividad. Su rol es orientar al emprendedor aportando un punto de vista externo y experto sobre la marcha de la empresa y objetivos marcados y le ayuda a entender el mercado en el que se mueve e identificar los agentes más interesantes”, explica la directora del programa Citizen Bootcamp, Loreto Zalduendo. También existen programas que funcionan así en otras escuelas, por ejemplo, ESIC.

Abrir los ojos

Qué pueden aprender los directivos de los emprendedores

El de Deusto ha unido a Edurne Álvarez de Mon, consultora del Programa y Foro Inserta de Fundación ONCE, y la emprendedora de 19 años Aura Cardona (la estudiante más joven del programa). “Es muy importante que el que está empezando reciba este tipo de feedback de gente con más experiencia. Nuestras discusiones no limitan sus sueños, pero intento abrirle los ojos para que vea otros puntos de vista y lea en clave de números y rentabilidad”, resume Álvarez de Mon. Cardona, satisfecha tras haber recibido su primera inyección de financiación, destaca cómo ambas han tenido que “aprender y avanzar juntas” porque el proyecto en cuestión cambió y dejó de centrarse en la discapacidad para hacerlo en el mundo del diseño de moda. “No tienes por qué ser experto en la materia para que funcionen estos intercambios, se trata de hacerse buenas preguntas y definir los escenarios”, añade su mentora.

Para la directora del título superior en emprendimiento e innovación de ESIC y fundadora de WomanCard, Verónica Jiménez Folcrá, “es fundamental la colaboración y las sinergias entre séniors y emprendedores. No solo que en el aula les ayudemos con ejemplos, sino que se les apoye; muchos vienen muy especializados de la carrera pero les falta visión y conocimientos sobre finanzas o cuestiones legales, por ejemplo, para poner en marcha la start-up. También carecen de habilidades para ayudar a que sus equipos crezcan, escalar el modelo, salir al extranjero... Y los emprendedores, a las grandes empresas les pueden enseñar mucho y sacarlas de su burbuja. Ayudarlas a conocer cómo piensan otras generaciones”. El experto en liderazgo Juan Carlos Cubeiro resume así el intercambio: “La o el directivo puede aportar experiencia, serenidad, perspectiva y claridad de ideas; el emprendedor o la emprendedora, frescura, descaro y competencias digitales”. Llácer añade “agilidad” como una de las habilidades que puede aportar el emprendedor al directivo.

Pero para que este intercambio sea más efectivo, debería ser mutuo, explica Jorge Blasco, colaborador académico de ESADE y socio gerente en The Net Street. En su opinión, cuando esto ocurre, se produce “una conexión que hace que la viabilidad de los proyectos que arrancan sea más alta o se abran oportunidades de colaboración entre la empresa consolidada y la start-up”. No hay que obviar que “el emprendimiento es una de las alternativas profesionales más frecuentes en las nuevas generaciones y para los sénior una salida profesional cuando se produce la salida, valga la redundancia, de sus empresas”, apunta Llácer. De ahí que, según Cubeiro, “toque ampliar la definición de emprendedor, pues es aquel que se siente enganchado a un proyecto vital, sea el accionista o no”.

Una definición con la que se siente cómoda María Cano, fundadora de una marca de accesorios y calzado vegano. Cuando era directiva de una multinacional cursó un MBA en ESADE y años después emprendió el proyecto bautizado Canussa. “Creo en una definición que va más allá del chico de 21 años que monta su empresa. Yo emprendí con más de 40”, destaca. “Cuando tienes un proyecto que está arrancando, entrar en contacto con directivos puede llevar a colaboraciones”. Lo que viene a apoyar la misma tesis que mantiene Cubeiro, que recuerda que “el 90% de los proyectos de emprendimiento fracasan antes del tercer año por falta de aptitudes”. “Una buena idea mal ejecutada, no vale”, resume, reforzando la idea de que la unión de los dos perfiles laborales es una buena vía para sacar adelante proyectos.

Huir del paternalismo

Uno de los riesgos que existen en estos intercambios es, precisamente, no equilibrar la balanza y que exista cierto paternalismo, un error frecuente cuando se ponen a trabajar mano a mano dos generaciones distintas, especialmente con las que vienen por debajo de la generación milenial. “El paternalismo es afecto, pero también imposición, y los mileniales y centeniales tienen fobia a los tiranos, aunque vayan de buen rollo; se niegan a que les impongan nada, quieren entrenadores que les hagan pensar y les animen”, resume Juan Carlos Cubeiro, presidente de honor de la Asociación Española de Coaching (AECOP). De ahí que funcione mejor este sistema de intercambio, donde ambas partes se aportan mutuamente, que el modelo tradicional de las clases y lecciones.

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